La distancia se apoderaba
de su cuerpo, congelándole cada centímetro de su ser.
La distancia recorría sus venas como el más letal de los venenos.
Sus labios se habían tornado secos y agrietados, por falta de la humedad de los
de su amada.
Su alma gritaba cada atardecer, desgarrando su pecho, pidiendo ese calor único
para ella.
La distancia le dejaba sin aliento con cada recuerdo de ese amor puro.
La distancia hacía que recordara lo vacía que se sentía cada vez que su amada
estaba lejos de ella.
‘Me siento como un pétalo podrido’, solía pensar ella cuando estaba lejos de su
amada… Y se echaba a llorar, presa de esa maldita distancia que inmovilizaba
sus músculos.
Pensaba en la bebida, pero no creía que eso reconfortara el fuerte dolor de la
distancia.
Pensaba en el suicidio, pero eso solo conseguiría separarla para siempre de su
amada, y solo de pensarlo, moría por dentro…
La distancia le enfurecía más que nunca. Un día, ésta, fue de gran ayuda,
sirvió para olvidar, para renacer, para aliviar. Pero ahora… Ahora era la peor
sensación que podía experimentar su pobre corazón atacado por el sentimiento
vacío.
Lo único que le quedaba, en esa espera tan larga para ella, era seguir
susurrando: ‘cariño, vuelve, por favor…’
Igual que las estrellas parecen estar enamoradas de la luna, tanto que se
mantienen a su lado eternamente, luchando por ella, queriéndola, alumbrando su
alrededor… De igual forma amaba ella a su amada.
Se preguntaba: “¿quién va a entender que amo a esa mujer con toda mi alma, si
ni siquiera saben valorar realmente lo que es un alma…?”
La impotencia le derrumbaba, y le hacía temblar de sufrimiento.
Recordaba esos momentos acariciando la piel suave y delicada de su amada, y se
estremecía… Y eso le hacía echarla mucho más de menos. Pero realmente no podía
evitar pensar cada minuto en la distancia.
La distancia le hacía recordar que el amor vuelve loco a una persona, como le
había vuelto loca a ella. El amor la tenía sometida a la sonrisa de su amada, y
le daba igual sentirse tan poco cuerda… Realmente solo le importaba estar con
ella, protegerla, amarla, y rodearla entre sus brazos eternamente.
Cada hora que pasaba, le hacía darse cuenta de que estaba tan lejos de su amada…
tanto, que le costaba respirar al recordarlo.
Solo habían pasado dos días, y ya agonizaba, queriendo sentir su perfume, o el
olor propio de su piel.
‘Cariño, vuelve, por favor…’, seguía susurrando… Pero su amada seguía en esa
distancia tormentosa.
Ya no le importaba que el sol le quemara, y le hiciera sentirse sudada, y cada
vez más sucia. Ya no le importaba nada de las cosas que más le molestaban. No
se preocupaba por su pelo, al que tanto intentaba cuidar para que no se
desmoronara demasiado. No se ponía su perfume habitual. En la ducha, había más líquido
lagrimal, que de agua. Ya nada era más importante que el deseo de querer sentir
a su amada cerca de ella.
Estaba enfermando por culpa de aquello que maldecía en su interior una y otra
vez, gritando: “¡MALDITA DISTANCIA!”
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